11.11.17

Gioconda Belli. No me arrepiento de nada

Desde la mujer que soy
a veces me da por contemplar
aquellas que pude haber sido;
las mujeres primorosas
dechado de virtudes
hacendosas buenas esposas
que me deseara mi madre.
No sé por qué
toda mi vida me he pasado rebelando
odio sus amenazas en mi cuerpo
la culpa que sus vidas impecables
por extraño maleficio
me inspiran;
me rebelo contra sus buenos oficios,
los llantos nocturnos debajo de la almohada
a escondidas del esposo
el pudor de la desnudez bajo la planchada y
almidonada ropa interior.
Estas mujeres, sin embargo,
me miran desde el interior de sus espejos;
levantan un dedo acusador
y, a veces, cedo a sus miradas de reproche
y quisiera ganarme la aceptación universal,
ser la "niña buena", la "mujer decente"
la Gioconda irreprochable,
sacarme diez en conducta
con el partido, el estado, las amistades,
mi familia, mis hijos y todos los demás seres
que abundantes pueblan este mundo nuestro.
En esta contradicción invisible
entre lo que debió haber sido y lo que es
he invertido numerosas batallas morales,
batallas inútiles de ellas contra mí
-ellas contra mí que soy yo misma-
Con la "siquis adolorida" me despeino
trasgrediendo las ancestrales programaciones
desgarrando a las mujeres internas
que, desde la infancia, me retuercen los ojos
porque no quepo en el molde perfecto de sus sueños
porque me atrevo a ser esta loca falible, tierna y vulnerable
que se enamora como puta triste
de causas justas, hombres hermosos y palabras juguetonas
porque, de adulta, me atreví a vivir la niñez vedada
e hice el amor sobre escritorios en horas de oficina
y rompí lazos inviolables y me atreví a gozar
el cuerpo sano y sinuoso con el que los genes
de todos mis ancestros me dotaron.
No culpo a nadie. Más bien les agradezco los dones.
No me arrepiento de nada, como dijo Edith Piaf.
Pero en los pozos oscuros en los que me hundo;
en las mañanas cuando no más abrir los ojos
siento las lágrimas pujando,
a pesar de la felicidad
que he conquistado finalmente
rompiendo estratos y capas de roca terciaria
y cuaternaria,
veo a mis otras mujeres sentadas en el vestíbulo
mirándome con sus ojos dolidos
y me culpo por la felicidad.
Irracionales niñas buenas
me circundan y danzan sus canciones infantiles
contra mí;
contra esta mujer
hecha y derecha
plena
esta mujer de pechos en pecho
y anchas caderas
que, por mi madre y contra ella
me gusta ser.


En una antología

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